Insisto. Si el genial Gabriel García Márquez hubiera vivido en Tulsa,
entonces su pueblo de realismo mágico no lo hubiera bautizado como
Macondo.
Y es que sólo aquí, en el medio oeste americano, pasan cosas
que en ningún otro lado podrían suceder. Y para muestras, aquí va un
rosario de botones:
En 1921, Tulsa fue la protagonista de la revuelta social y racial más
violenta de la historia contemporánea de los Estados Unidos. El colmo
es que la ciudad todavía exhibe con orgullo el título de bastión bíblico
de la nación.
Antes de que existiera la monstruosa S.B. 1070 de Arizona o la
come-niños H.B. 56 de Alabama, ya había nacido en el 2007 la nefasta
H.B. 1804. Tulsa fue la única ciudad de todo Oklahoma que protagonizó
una campaña – con vallas publicitarias y demás – denunciando los
atropellos del reglamento legal.
Públicamente, en agosto del 2007 el alguacil del condado de Tulsa,
Stanley Glanz, hablaba maravillas de su departamento, especialmente por
las deportaciones de indocumentados, entre éstos nacionales de Puerto
Rico. Sí, ¡Puerto Rico! Hasta el día de hoy, no ha habido explicación.
De todos los semanarios bilingües de la unión americana, el Hispano
de Tulsa, fue galardonado como el mejor en el 2011 por la asociación
nacional de publicaciones hispanas. De esto, los medios en inglés no
dijeron ni pío.
El museo de arte nativo americano más grande del planeta tiene sede
en Tulsa. Sin embargo, poco se habla del genocidio y humillación a la
que fueron sometidos los indígenas en lo que la historia ha dado a
conocer como el sendero de las lágrimas.
El Salón de la Fama del Jazz no está en Nueva Orleans o Louisiana, sino en Tulsa.
Y para aquellos que no lo sepan, el centro del universo está en Tulsa, en plena avenida Boston.
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