No me cabe
la menor duda que Tulsa eventualmente tendrá una significativa presencia
hispana. Hasta en la sopa, todos verán a la progresiva eñe. No habrá
organizaciones – públicas o privadas – que no cuenten con un hispano en una
posición clave; pero no como un jarrón chino, que solo decora, sino como una
fina pieza de arte que aporta ideas y soluciones.
No se trata de un estricto asunto de diversidad. Va mucho más allá; es el surgimiento del nuevo americano –ese que combina un rostro con aire de memoria fresca y con viejas tradiciones.
Las estadísticas lo respaldan. El promedio de hispanos en Tulsa es más alto que el estatal. Y es que los hispanos del milenio, una generación cuya edad ronda por los 26 años, es un tren imparable.
Ellos envían tweets en vez de mensajes de textos; entienden el español pero prefieren comunicarse en inglés; son leales a marcas comerciales que respetan al medio ambiente; tienen un poderoso martillo en sus manos: educación superior; celebran el Día de Acción de Gracias con inmenso orgullo americano, pero también les fascina una posada en diciembre, con chocolate bien espeso y churros calientitos.
La invisibilidad que hoy opaca a la minoría étnica más grande de la nación – y del estado – será muy pronto cosa del pasado.
Las riendas políticas, profesionales, artísticas y atléticas de Tulsa, vendrán colmadas de acentos, zetas y eñes.
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