Cada 30 segundos, un estadounidense de origen hispano
cumple 18 años; mejor aún, cada mes se suman 50 mil votantes hispanos al mapa
electoral.
Las estadísticas son corroboradas por estudios de la
Universidad de California en Los Angeles, la firma Synovate Diversity y la
organización Voto Latino.
En Tulsa, Oklahoma – así es, en el corazón del medio
oeste americano – la tendencia nacional se repite; incluso la población hispana
creció un 88 por ciento en los últimos 10 años en los linderos del condado, una
cifra confirmada por el censo del 2010. Y para coronar, Tulsa supera a la capital
estatal en el número de hispanos, el 11 por ciento para ser exactos.
No hay duda, tenemos a un nuevo elector: joven,
políglota y multicultural, sabe de acentos y pertenece a una máquina que cambia
elecciones. A los incrédulos, solo fíjense en el 67 por ciento que apoyó al
ahora presidente Barack Obama, en noviembre del 2008.
Tanto Obama como Mitt Romney, deberían adaptar sus
campañas a éste significativo, dinámico y novedoso grupo de electores. Ignorar
a los hispanos es una receta al fracaso. Una suerte de suicidio político.
Es un error garrafal no tomar en cuenta a los padres
de los estudiantes que asisten a la escuela primaria Kendall-Whittier en Tulsa,
la cual alberga una población abrumadoramente hispana. Sería una torpeza
desconocer a los comerciantes y empresarios hispanos que operan desde el este
de Tulsa. Hacerlo es rechazar al nuevo elector.
El mensaje, los programas y la plataforma política,
necesitan abrazar la diversidad. El votante hispano de hoy pesa y define
elecciones.
En definitiva, si Obama y Romney quieren votos, mejor
vayan agregando la letra eñe a su vocabulario. De lo contrario preparen su lugarcito
en un museo … porque serán historia.
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