Por eso, precisamente, Barack Obama colgó su traje de lobo feroz y se puso un atuendo de plácido corderito.
Pero no podemos dejarnos engañar otra vez. Ya lo hizo en el 2008, cuando le afirmó al periodista Jorge Ramos que en su primer año en la oficina oval, concretaría una reforma para arreglar el desbaratado sistema inmigratorio que tenemos. El lobo tenía la mayoría en el congreso, la simpatía popular y los votos. No le importó.
Ahora, cuando noviembre se va acercando, los votos hispanos le hacen falta y de allí su obsceno cortejo. El sabe que debe cautivar no solo a los que ya se han registrado, sino a los más de 21 millones de hispanos que tienen el derecho a sufragar y aún no se inscriben. Son muchos votos como para seguir vestido de lobo.
Sobre Mitt Romney no voy a decir nada; al fin y al cabo, siempre ha llevado su traje de lobo apestoso con mil cabezas.
El afán nervioso de Obama pudiera costarle muy caro, capaz que en su desespero por enamorar nuevamente al 67 por ciento de hispanos que lo apoyaron en el 2008, termina comiéndose un tamal con hoja de maíz y todo, tal y como lo hizo el insípido del presidente Gerald Ford en 1976 en Tejas.
Lo bueno es que el lobo a veces pierde. ¿No me creen? Pregúntenle a la Caperucita Roja.
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